Dando vueltas en el aire, dibujando un arco parabólico, girando sobre sí misma con el impulso inicial, la moneda trazó una trayectoria que podría ser calculada en base a su forma geométrica, centro de gravedad, composición, el punto de aplicación y la fuerza dada por su lanzador, así como el roce del aire a su paso.
La moneda cayó al suelo y rebotó. Volvió a rebotar con caprichosos saltitos, la inclinación y distancia de los cuales podría saberse de conocer los detalles microscópicos de la superfície de la moneda, inclinación, partículas e imperfecciones del suelo, la presión atmosférica, la temperatura… Datos que para ser conocidos con un mínimo error ocuparían un mundo.
Rodó y cayó. El instante preciso en que se detuvo llenaría de fórmulas y modelos matemáticos un universo entero.
Y a pesar de todo ello salió cruz.