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14 julio, 2010

Teatro del Mundo III – Miradas

Me gusta mirar.  Mirar a la gente. Miro con afán y sin pudor a los que me rodean, a los que me cruzo en la calle, a los que se sientan en la mesa de al lado en el restaurante, me fijo en los que comparten una sala de espera, o un vagón conmigo. Supongo que eso me convierte en un Voyeur (mirón). Pero a base de mirar, de fijarme, he hecho algunos pequeños descubrimientos:

Imagen: Filomena Scalise / FreeDigitalPhotos.net

Para empezar que muchas mujeres, si descubren tu mirada y eres del sexo opuesto desvían la suya en un acto casi reflejo. Opino, a riesgo de sonar sexista, que ese acto responde al hecho de que la mirada es en nuestra sociedad algo mucho más que una toma de datos del entorno, es un lenguaje. Tradicionalmente, el rol más activo del hombre al iniciar un contacto con una mujer había relegado a ésta a un más reducido campo de iniciativas y sutilezas. Creo que una de ellas es: “Te miro, luego me interesas, ven a decirme algo”. Por tanto, y para evitar el juego de equívocos, la respuesta del tipo: “me cruzo contigo y me fijo para no chocar, pero no hay ningún interés” debe ejecutarse con una rapidísima mirada hacia otro lado en menos que dura el aletear de una mosca. Supongo que en mi caso el “te miro unos segundos, sin pudor” debe de interpretarse erróneamente como “Me llamas la atención, me gustaría conocerte”, cuando se trata en realidad de  “Me llamas la atención, porque toda la gente me llama la atención”.

Otro caso interesante, el de la gente que trabaja de cara al público desde una tienda o un mostrador. Me quedo asombrado con la capacidad de algunos y algunas, en medio del ajetreo y las tareas, de vislumbrar con el rabillo del ojo que les estás mirando fijamente, para de pronto girar sobre sí mismos, acercarse y decir: «¿Qué se le ofrece?» Sin duda otro modo de entrenamiento que nos muestra una vez más lo importante de las miradas. Es magnífico lo potente e intenso de su efecto. ¿Nunca se han vuelto intuitivamente, para fijarse de manera repentina en una persona que les estaba mirando muy allá en la distancia? En algún rincón del cerebro hay un buen montón de neuronas que hablan un lenguaje paralelo, el visual, y aprendemos su lenguaje al compás de las palabras.

Porque hay tantas miradas como palabras.

Dado que el vocabulario visual es tan extenso, conlleva todo lo humano, lo bueno y lo malo. Hay miradas que intimidan, que asustan, que ofenden. Nadie debería sentirse molesto por una mirada. Supongo que lo que acabo de decir requeriría un profundo argumento sobre el derecho a la intimidad y otras pautas sociales.

Pero fíjense en esto, solemos pensar que aquel que lanza la mirada es el sujeto activo y es todo lo contrario. Nuestros ojillos son pequeñas cestas que recogen la luz que rebota en todo lo que nos rodea; el mirón no es más que un pequeño captor de haces luminosos. Es el que es mirado, el que, en un acto de generosidad ignorada, lanza su luz en todas direcciones y sin tapujos, revelando sus propias formas y colores.

¿No quieren ser mirados? Quédense con toda la luz que cae sobre ustedes y convertiértanse en pequeños y avariciosos agujeros negros andantes. O por el contrario vívanlo plenamente: ¡Tomad mi luz! ¡Ahí van los chorros con mis claroscuros y siluetas, para que los recoja quien los quiera, camareros o transeúntes, antes de que se pierdan para siempre!

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Fototrampas por Iván Cosos J.N.S.P.S. está registrado bajo una Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License.