Alguien debe de haber dicho: “La televisión define cómo es la sociedad” Y si no lo ha dicho, debería hacerlo. Creo que se puede aprender más de cómo somos mirando una semana entera la parrilla televisiva, que leyendo un ensayo sobre sociedad o un estadística de hábitos de comportamiento. Y además admitámoslo, es más entretenido, casi siempre.
Hace unos años, con la venida de las cadenas privadas, descubrí el fabuloso mundo de las teletiendas. La bomba de vacío, el cuchillo de filo eterno, el exprimidor-coctelera, el cebo artificial de chillones colores, el rodillo de pintar, el rotulador quita-arañazos, las plantillas crece-patas y tantos y tantos otros productos estrella revolucionarios.
Los productos así tienen su gracia, especialmente por saber que no puedes salir a una tienda y adquirirlos (a no ser que sea su versión no-original), pero la forma de presentarlos, eso sí que merece elogio. Ah, el espectáculo. Es sencillamente sublime.
En primer lugar ese público sonriente, entregado y devoto, además de variado. Olvidaos de los programas de tertulias de media tarde, con su público asistente conformado en su gran mayoría por gentiles miembros de la tercera edad que se echan su siesta tras el aperitivo inicial. En las teletiendas encontramos gente como la que podríamos ser, o nos gustaría ser, el público objetivo de nuestro bonito producto. Todos sonrientes, entusiasmados, lanzando a cada momento ‘oooohs’ y ‘aaaahs’ tras un nuevo descubrimiento de las cualidades del aparato que fríe sin aceite.
Luego están los maestros de ceremonias. Normalmente una pareja de perfectos comunicadores, uno el experto, el otro, el inquisitivo y a priori ‘escéptico’ co-presentador, que mediante sus agudas preguntas al experto desvela poco a poco el sinfín de ventajas y propiedades de lo anunciado. Pero debéis fijaros en cómo el experto maneja el producto, ya sea un cuchillo, o una coctelera, en cuestión de segundos ejecuta perfectas y precisas manipulaciones que hacen que el aparato parezca que vaya sólo, que no conlleve esfuerzo, que no haya que limpiarlo… ¡Cuántas horas de entrenamiento, cuántas horas de ensayo verdaderamente hay invertidas para esa fluida ejecución! Realmente son virtuosos en su oficio, y yo disfruto con ellos del ejercicio plástico ante las cámaras. ¿Habrán debido de realizar muchas tomas? Supongo que más de alguna, pero, eh, no lo parece, el show es directo.
Finalmente llegamos al punto álgido. Después de habernos hecho comprender que nuestras vidas a partir de ahora son casi insoportables si no gozamos de los beneficios de ese producto, viene lo mejor. El precio. La maravilla resulta que vale una ganga, pero eso no es todo, con la compra se añade gratuitamente un mundo de complementos, garantías, folletos y manuales, y además, increíble, te regalan otra unidad, y otra, y otra… Tal es el frenesí, que tras los últimos aplausos siempre tengo cosquillitas en la punta de los dedos, que me piden que anote el número de teléfono y llame para hacer mi pedido.
En serio, encuentro estos programas, a parte de tremendamente relajantes, puesto que no tengo que pensar en nada, sólo dejarme llevar de la mano de los dos simpáticos y parlanchines presentadores, algo hipnóticos también. Si no, probad alguna vez el siguiente experimento: después de alguna gran velada, a altas horas de la noche, cuando estáis en ese punto de embriaguez que os pide ir a la cama, ponéis el aparato de televisión en marcha, buscáis a nuestros amigos y os dejáis llevar. Entraréis en un leve trance, y el efecto es cuanto menos, estroboscópico.
Debo reconocer que aunque nunca he comprado nada, he acabado por ver alguno de estos programas más de una docena de veces. Mis felicitaciones al Chef Tony.
4 matices:
Me gustan mucho tus reflexiones y tu blog en general.
Estoy muy de acuerdo con este tema, pero añadiría el matiz (buen nombre para los comentarios) de cómo todos esos productos nos los quieren vender como si los necesitásemos como el comer.
Porque de eso va el mundo del mercado, de generar necesidades a la gente.
Curiosamente luego como tantas y tantas cosas acaban desapareciendo para buscarnos otras.
El truco es rodearte de la suficiente insensibilidad como para que todo esto te resbale y así nunca conseguirán sacarte los cuartos.
Muchas gracias, Tíldoras. Reconozco que es difícil resisistirse al embrujo cada vez que encendemos la televisión, la publicidad es como una gota malaya que de poco a poco va consiguiendo su objetivo ;)
Muy interesante, ya era hora de que alguien pusiera en la palestra el asunto de la teletienda. La válvula de vacío (quieres decir el famoso "pump and seal") ayudó a borrar de mi organismo el alcohol sobrante una vez llegado a casa, mientras atracaba la nevera después de una noche de marcha. Era como un bucle, hipnótico, no podía dejar de mirar Y comer, era imposible cambiar de canal, sólo dejaba de verlo cuando tenía el estómago lleno.
Iván, adelante, ya he leído tu libro...será comentado a posteriori. Muy recomendable.
Feliz año nuevo.
Feliz año nuevo a ti también. Me alegra ver que alguien comparte estas experiencias. Gracias por leer el libro, deseo que te haya gustado. Si quieres comentarlo te invito a hacerlo en la página de Facebook:
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Saludos.
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