Suena un poco a pervertido, lo sé. Y no sé hasta qué punto así será. La verdad es que descubrí con el tiempo, que yo disfrutaba contemplando a otros disfrutar. Y no piensen en los deleites del juego carnal, no hablo de sexo, como se entiende en el clásico voyeurismo. Si quieren, ya pueden saltar a otra página o a otro tema.
Verán, yo jamás he sido persona de grandes pasiones ni aficiones. Disfruto las cosas con moderación, y aunque me gusta casi todo, no puedo decir que me vuelva loco por ningún alimento, bebida, distracción, tema, actividad, color, o día del año. Supongo que eso no es ni bueno ni malo, pero algunas veces me hubiera gustado encontrar alguna afición o deporte que hubiera concentrado todo mi esfuerzo e ilusión. Como aquellos coleccionistas compulsivos, cinéfilos, fabricantes de maquetas, corredores de maratones o futboleros que pueden hacer de su pasión casi una razón de vivir. Bueno, quizás exagero un poco, pero me entienden, ¿verdad?
La cuestión es que quizás esta ausencia en los placeres extremos, me ha llevado a fijarme en el gusto que los demás encuentran estas cosas. Así es, cuando un compañero saborea un buen whisky escocés, o sorbe con placer un cigarrillo, o come con fruición un buen bocadillo de jamón, cuando una amiga se complace en ponerse aquellas elegantes prendas de ropa que más le alegran, cuando unos padres babean con las naderías de su bebé, cuando acompaño algún amigo en su deporte o afición favorita, yo miro, y disfruto.
No me pregunten porqué, tampoco me apetece psicoanalizarme, pero así es. Y a fin de cuentas, mejor eso, que ser de aquellas personas que para sentirse bien tienen que amargar el día a todo el personal de su alrededor. Será empatía, no lo sé, pero cuanto más disfruten ustedes, más disfruto yo.
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