Aún así, creo que no es desacertado decir que los pueblos crean una mayor riqueza de palabras para aquello que les es más familiar. Por ejemplo, existirán muchas menos palabras para nombrar estados de la mar en aquellos países sin costa, y menos palabras para denominar los productos derivados del cerdo en países de tradición musulmana.
Esto nos lleva al maravilloso mundo de la metáfora. Si resulta que nunca hemos tenido un sofisticado sentido del gusto, (quizás porque nuestra historia se caracteriza principalmente por las grandes hambrunas) cuando entramos a valorar los infinitos matices aromáticos de un vino, tenemos que usar términos como “notas”, “terciopelo”, “almendra”, “miel”, “musgo” y muchos más, aunque el caldo en cuestión no tenga de ellos ni un átomo. Así es como buscamos comunicarnos sobre lo nuevo o lo desconocido, por analogía.
Imagen: Salvatore Vuono / FreeDigitalPhotos.net
Este bonito sistema, es bueno para unos casos y malo para otros. Si bien hace más lucido e inspirador el acto de comunicación en sí, puede crear también confusión e imprecisiones. Pero es lo que hay. ¿Hasta qué punto puede esto ser determinante?
Recuerdo una tertulia en televisión hará algunos años, con el valeroso y noble objetivo de tratar el tema de dios y la experiencia espiritual y religiosa. Había reunidos un buen grupo de mentes preeminentes, escritores y pensadores todos. El tema de discusión, algo alejado del dogma tradicional de la iglesia católica, iba por derroteros algo más esotéricos e íntimos. Lo lamentable era que, aunque esforzándose por hacerse entender, los tertulianos no conseguían dar con las palabras para relatar algo tan alejado de la experiencia más cotidiana de la mayoría de los televidentes. Intentando relatar las rutas de la espiritualidad, acabaron hablando con términos que a todos ojos, poco sentido parecía tener. Casi era gracioso oir esas sienes plateadas balbucear con tanto ímpetu.
Otra cosa sería si, siendo originarios de alguno de los pueblos de asia, en nuestra tradición la experiencia espiritual y trascendental fuera algo más conocido, más cotidiano y aplicado. ¿Es la falta de palabras adecuadas lo que nos dificulta tanto llegar a ella, o es una consecuencia de nuestro hacer tan profano?
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