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15 octubre, 2010

Preguntas con Respuesta VIII – La fórmula de la felicidad es una ecuación diferencial

¡Hey, noticia! ¡He dado con la (verdadera) fórmula de la felicidad!

Qué, ¿no me creen? A ver, si Eduardo Punset puede proponer una fórmula, ¿por qué no puedo yo? Sí, ya sé que compararme con él es cuanto menos pretencioso, (de aquí mis respetos a tan disfrutado pensador y comunicador). Déjenme pues en lugar de eso, que imite a aquellos sonados estudios que salen de algunas universidades que no quieren renunciar a ninguno de los fondos que les han sido concedidos, y que se inventan las cuestiones más peregrinas para mantener sus plazas de investigación. Así pues, si hay quien puede responder a porqué las personas que caminan 1,3 kilómetros diarios y comen chocolate tienen una probabilidad un 50% mayor de saltarse algún semáforo durante su vida, yo mismamente puedo darles la verdadera fórmula de la felicidad. Hasta aquí el titular. Bueno, ahora en letra pequeña:

Debo decir que no he inventado la fórmula realmente, pero la he mejorado.
¿Quieren saber cómo llegué a ella? Dejen que les cuente de qué modo ocurrió, porque a veces las causas son tan ilustrativas como las conclusiones:

Me hallaba de viaje con un amigo en un lejano país, hará unos años. Habíamos estado un par de días en una bella ciudad que pronto íbamos a abandonar. Era verano y el calor llegaba a ser sofocante, aún así, comíamos a pie de calle en un restaurante-terraza. Bajo el calor, con la tripa llena y cierta acumulación de alcohol tras unas disipadas celebraciones la noche anterior me encontraba yo, algo preocupado por un cúmulo de contratiempos.

Éstos eran los siguientes: en ese mismo día debíamos abandonar nuestro departamento para seguir nuestro viaje en un coche de alquiler que pagaríamos a medias mi amigo y yo. Habíamos contactado repetidamente con el dueño del departamento para que nos devolviera la fianza que mucha falta nos hacía, pero se demoraba tanto que si no aparecía esa tarde perderíamos el dinero. Además, esa mañana había intentado sacar dinero de un cajero, y en mi torpeza (o mi espesura mental tras las bebidas alcohólicas de la noche anterior) metí la clave errónea las veces suficientes para que mi tarjeta quedara invalidada. Entre todo ello, la hora límite para ir a recoger el coche con el que debíamos partir a la mañana siguiente se iba acercando, y con lo buscados que iban, de no conseguirlo, nos podíamos encontrar lejos de todo, sin hospedaje y pagando por unas habitaciones que se hallaban a cientos de kilómetros. Así que yo estaba inquieto, con varias incógnitas molestas y problemas amontonándose por momentos.

Supongo que todo ello sugirió mi siguiente meditación durante la calurosa comida. A saber, que la conocida igualdad general de Felicidad = Realidad – Expectativas, era con bastante rigor, cierta. Que todo es relativo, con respecto a los quehaceres humanos, era para mí muy claro (no es lo mismo hallarse de vacaciones, que en una situación más perentoria), y que nuestro grado de felicidad es proporcional a cómo los hechos cumplen con nuestras expectativas, también. Sin embargo, hay un aspecto que no se ha tenido en cuenta y es crucial en tal “feliz” afirmación: la variable tiempo.

Me di cuenta que, así como la realidad a veces gira caprichosamente, y los avatares de la vida pueden hacernos subir y bajar por la rueda de la fortuna, en nuestra gran capacidad de adaptación al mundo, también lo hacen nuestras expectativas, que cambian a medida que lo hace nuestro nuevo entorno. Pero lo hacen de un modo peculiar. Es decir, y para hablar claramente, nos adaptamos rápidamente a lo bueno, y no tanto a lo malo. Cuando nuestras expectativas se ven satisfechas, fácilmente creamos expectativas mayores, pero cuando los hechos las defraudan, nos lleva asumir esos hechos largo tiempo, prolongando nuestra infelicidad (o soportando una diferencia entre realidad-expectativas claramente negativa durante largos periodos). Es lo que me he permitido ilustrar del modo siguiente:

 
Los hechos se suceden, y nuestras expectativas los siguen, a medida que las buenas noticias aumentan para nosotros, nuestras expectativas van a la par, pero cuando los hechos corresponden a unas expectativas mucho menores, nuestra infelicidad es grande.

Así es, nos cuesta horrores rebajar nuestro nivel de expectativas a los hechos que son más inmediatos, y a veces incluso nunca lo hacemos. ¿No han oído hablar del drama de familias que han perdido totalmente sus fortunas? Intuyo que ese sufrimiento tiene poco que envidiar a los que siempre poco han tenido.

Pero volvamos a mi historia. Estaba comentando con mi compañero la exposición de estas ideas, cuando de pronto, noté un fuerte retortijón, quizás fruto del calor, del café, de la resaca, o de nuestras preocupaciones, y en ese instante, lo vi claro, fue mi revelación:

La clave para la Felicidad era realizar una adaptación dinámica de expectativas. Si somos capaces de hacernos plenamente conscientes del momento presente, de asumir plenamente esa realidad de nuestro entorno actual, olvidándonos de nuestras expectativas pasadas, que corresponden a un mundo que ya no es el nuestro, podemos adaptarnos más rápidamente y no sufrir más de lo necesario. Para preocuparnos, fijémonos en la inmediatez, que es lo que cuenta.  De este modo acortaremos el tiempo de nuestra infelicidad e incluso podremos disfrutar antes de las nuevas noticias, porque estaremos en sintonía con el momento presente (ver ejemplo ilustrado, para la misma cadena de hechos que el caso anterior).

 
Sí ya sé que puede sonar un poco a libro de autoayuda sin fundamento, pero piensen en ello, tiene su lógica. Yo me apliqué a ello de inmediato gracias a la inspiración de una acuciante necesidad intestinal. Los alquileres, las fianzas, las tarjetas, estaban enturbiando unos felices momentos de vacaciones, hasta que otro problema, mucho más imperioso, tomó protagonismo. Y lo reconocí. «Olvídate de todo», me dije, «aquí y ahora, lo único que importa es encontrar un baño; lo demás, vendrá después.»

Felizmente conseguí aliviarme y, lo crean o no, para esa misma noche los demás problemas fueron resueltos también. Así tengo yo mis revelaciones, haciendo de vientre.

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Fototrampas por Iván Cosos J.N.S.P.S. está registrado bajo una Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 3.0 Unported License.