Como una moda más. Ya tenemos la irrupción del cine 3D. Tomando impulso desde el popular lanzamiento de Avatar, parece que este (no lo llamaremos nuevo) formato ha llegado para quedarse. Perdónenme pero yo soy escéptico, por dos razones. Al menos respecto al 3D a día de hoy.
La primera, quizás menos importante, es que no veo que los directores hagan uso de esta técnica con su propio código, no lo veo integrado en el lenguaje cinematográfico. Es tan sólo fuego de artificio, como el dolby surround, sólo busca la espectacularidad, pero sin aprovechar la capacidad narrativa que puede aportar. Es publicidad para atraer un poco más de gente: ¿La peli es un churro? No hay problema, le meteremos el 3D y el público vendrá a mansalva. Pondremos algo que salta hacia el público, o un pajarillo que sale volando hacia las primeras filas, y ya está.
La segunda es que el 3D es deficiente. Lo oyen bien, DEFICIENTE. Porque si no, no haría falta ponerse en las primeras filas, o estar concentrado para tener la sensación de tridimensionalidad. Además, cuando te acostumbras, la sensación de 3D se queda en lo que yo llamo “efecto diorama”, unos cuantos planos que se perciben a diferente profundidad, pero sin una verdadera sensación de volumen.
Debo reconocer que la técnica va mejorando, desde las gafas de colores rojo-azul, ¡cuánto me reí viendo las escenas de Pesadilla en Elm Street en 3D!, pero, por ahora, sigo buscando las versiones en dos dimensiones para tener un visionado relajado y agradable.
Que conste que no estoy en contra de estos avances, pero no se puede esperar la experiencia de un IMAX o un FUTUROSCOPE de la noche a la mañana. Harán falta algunas tres dimensiones más para llegar a la que sea la buena.
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