Imagen: Carlos Porto / FreeDigitalPhotos.net
El vino, por ejemplo. De joven bebía sin problemas cualquier zumo fermentado de uva, aunque fuera de brik, pero a medida que los años pasaron, no sólo desagrada a mi paladar, sino que además me sentaba como una patada en el estómago. Ahora me encuentro con un problema, y es que es mucho más difícil que encuentre un vino que me agrade, aunque cuando esto ocurre, el placer es mucho mayor que antes. Esto también me ocurre con las películas, la música, los libros, la comida… todo en general.
Y he aquí la paradoja. Resulta que con un gusto sin educar (o maleducar), tenemos menos malas experiencias, porque todo es bueno, todo entra bien, con lo cual uno disfruta más a menudo. A medida que ese gusto se vuelve más selectivo, el disfrute es mayor, pero son menos las ocasiones en que lo puedes satisfacer.
Así que no sé qué es mejor, si ser un inexperto y disfrutar más a menudo, o un refinado que sufre cuando no se cumplen sus expectativas… Supongo que es como todo: mejor mantener un término medio. ¿Ustedes también encuentran que sus gustos se maleducan?
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