No tenía otro modo de clasificarlos. En ellos, sea cual sea la temática, experimento una fuerte emoción, vívida, ya sea de odio, miedo, pena, cariño, celos, etcétera. La cuestión es que la intensidad durante el sueño de estas sensaciones es innegable, hiperreal. Sería como comparar lo que los sueños conscientes son al raciocinio, a lo que los sueños sensibles son respecto a la emoción.
Tal es así, que tras una noche dominada por un sueño tal, al despertar sigo embargado por esa emoción durante horas, o incluso todo el día siguiente. Y así ocurre aunque a todas luces no haya razón alguna para ello, como por ejemplo un sueño en que yo experimento la gran pena por la pérdida de un ser querido, y esa pena me dura horas, a pesar que el pariente en cuestión siga vivito y coleando por la mañana.
El contenido de estos sueños suelo olvidarlo, como la mayoría de los demás, pero no la emoción vivida. Hay uno en particular que sí recuerdo, y verán por qué. Hace algunos años soñé que moría. Más concretamente me pegaban un balazo.
No experimenté miedo, si es lo que se figuran. Pero la sensación fue profunda, intensa, rara. Recuerdo una mezcla de perentoriedad, angustia e irremediable impotencia. Todo ese torrente fue casi instantáneo, en lo que me pareció menos de un segundo, mientras recibía la bala y caía al suelo, y mi único pensamiento verbalizable era: «Muero.»
Imagen: Boaz Yiftach / FreeDigitalPhotos.net
Al momento despertaba. Pueden imaginar con qué cuerpo. Yo ya sé qué hay después de la muerte, al menos después de la muerte en un sueño.
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