No hay nada más seguro que los recortes de presupuesto en tiempos de crisis. Recortes en las partidas de gastos de empresas y administraciones. Aparecen inevitablemente como en una ecuación, y responden casi a un acto reflejo: la mejor manera de perder menos es gastar menos.
Suele ser así, aunque al producirse nos lleva a menudo a situaciones vergonzantes, puesto que generalmente y para que la medida surta su efecto, se pretende que tras el recorte, toda la actividad, toda la productividad y la eficiencia sean las mismas, sino mayores.
Y eso es lo que yo llamo pedir mucho. Bajo mi punto de vista, solamente pueden darse dos circunstancias: Que el recorte va a afectar de forma irremediable la productividad o la calidad del servicio o sea lo que sea lo que ese centro de gasto genera, o bien que se estaban incurriendo anteriormente en gastos muy superiores a los verdaderamente necesarios para llevar a cabo la actividad, en cuyo caso, ¿por qué no se realizaron antes esos ahorros?
Ya digo, vergonzante en los dos casos, en el primero por autoengañarse con una falsedad, el segundo por negarse a reconocer una negligencia previa. ¿Podría conseguirse el efecto buscado, es decir, ahorrar, consiguiendo los mismos objetivos? Quizás, pero seguro es que un simple recorte de presupuesto no es la medida para ello.
Imagen: Ambro