En ocasiones me encuentro en la circunstancia de tener que elegir entre ir al cine a ver una película en versión original y otra película en versión doblada. Mi elección es fácil. La versión doblada. Siempre.
Parece que no es chic, no es moderno ni continental no querer ver la película en su banda sonora original, oír los actores con sus voces verdaderas. Pero es que ocurre algo, yo en el cine quiero relajarme. No pago una entrada para trabajar. Para mí es un esfuerzo de concentración totalmente innecesario. No puedo estar pendiente de lo que dicen (no me malentiendan, hablo el inglés, pero sigue siendo un esfuerzo para mí que me impide gozar de la película), si hay subtítulos, me quedo inevitablemente mirándolos (y a menudo apenas tengo tiempo de leer), y me pierdo las imágenes, los gestos. Es casi como leer un guión.
Los resabidos dirán enseguida, que la versión que yo veo es descafeinada. Lo niego rotundamente. Por fortuna, tenemos en este país unos superlativos traductores (aunque los critique en algún post) y actores y actrices de doblaje que, a mi modo de ver, no dejan que el producto final pierda ni un toque de su dramatismo. ¿Que no es lo mismo? Bueno, eso es relativo, ¿lo mismo que qué? ¿La versión que el director tenía en su cabeza, la del montador de la película, la de los estudios que le han dado sus toques finales? Quizás el doblaje lo cambie, pero no veo que perjudique el resultado, que al final es el fruto de un gran conjunto de personas con sus dotes creativas.
Desde aquí mi enfático saludo a los actores y actrices de doblaje del país y a su maravilloso trabajo.
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