Pero lo que aquí quería comentar es una extraña paradoja que surge como consecuencia a la anterior afirmación. A mi modo de ver, es el dilema de dos mundos.
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Por un lado, existe aquella corriente, muy establecida en oriente, con concepciones como el budismo como principal exponente, que defiende la carga de expectativas, deseos y anhelos, como principal fuente de sufrimiento, neurosis y aislamiento del ser humano. Predica el recogimiento, autoconocimiento y en muchos casos la renuncia, el no apego y un cierto conformismo con el mundo como clave para no entrar constantemente en conflicto con él.
Por otro, tenemos la visión contemporánea del hombre. Aquélla que nos lleva al progreso, a no conformarnos con el status quo, y buscar alternativas. Buscar mejoras. Es aquel espíritu que ha empujado desde siempre a emprendedores, descubridores, investigadores, conquistadores. Espíritu combativo, de lucha y ambición por encontrar algo mejor (ya sea con objectivos más o menos encomiables). Sin ese espíritu, seguiríamos pastoreando bajo las inclemencias del cielo y probablemente muriendo al capricho de una simple infección de garganta. Sin ambición, uno difícilmente mejora su situación personal. Pero otra vez, esta misma ambición puede acarrear grandes penas, frustraciones y angustias.
De modo que, he aquí la paradoja: ¿Qué visión del mundo es la más adecuada para enfrentar la vida con ciertas garantías de ser algo felices? La que predica el conformismo y el “laissez passer”, o la que enfrenta retos de forma incansable y a veces neurótica. Yo estoy convencido que ninguna por sí sola nos ofrece una salida satisfactoria. O sea que la pregunta adecuada sería: ¿Cómo deberíamos combinar ambas adecuadamente? Para esa pregunta sí que no tengo respuesta, por ahora.
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