Todos aquellos que reniegan de lo mediocre, que desearían erradicarlo, ¿no se dan cuenta que existirá por siempre? Como dice Arnold Benett, puesto que sólo sobresalen aquellas cosas que se distancian de la mayoría, un mundo de completa excelencia sería también un mundo de completa medianía, de completa mediocridad.
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A veces nos repugna reconocer el talento mediocre, los resultados mediocres o las obras mediocres, pero debemos advertir que su calificativo es meritorio en cuanto a que conocemos talentos mejores, resultados mejores y obras mejores. Si no fuera así, ni unos serían tan buenos ni los otros tan malos. Unos dan sentido a otros. Y al fin y al cabo, sólo es cuestión de número.
La mediocridad nos favorece en cuanto a que nos impulsa a sobresalir, con la cabeza y la boca, para respirar aire de perfección, mientras el resto de nuestro cuerpo permanece sumergido con el resto de nuestras medianas aptitudes. Alabada sea la mediocridad, o si no, ¿qué futuro nos quedaría a los demás, a los falibles?