La discusión sobre el ejercicio de la censura es algo tan antiguo y tan inacabable como la civilización (no sé si nuestra civilización tendrá fin, pero si lo tiene, coincidirá con el de la censura). Desde aquellos que la ejercen sin complejos, a aquellos que la combaten en todas sus formas, los debates toman tantas tonos y matices como la naturaleza de lo que es censurado.
A muchos les gusta que se censuren contenidos que no van destinados a ellos, a pocos les gusta que se censuren los contenidos que a ellos se destinan, y ninguno, que yo sepa, quiere ser censurado frente a los demás. Está claro que la cuestión cuenta con un grado de subjetividad notable. ¿Pero debería la censura ser un principio universal, gestionado y dirigido sin discriminaciones arbitrarias?
No quiero ponerme profundo en esto, porque luego empezamos con digresiones morales, que valen más para un libro que para un post. Baste con señalar que parece necesario hasta cierto punto un grado de censura en la información que reciben, por ejemplo, los niños; cumple más su función que un niño no toque la lejía para nada, que conseguir que entienda las propiedades químicas del líquido y los daños que podría causarle su ingestión. Ocurre que al entrar por esa grieta, damos paso a un mundo de casos y excepciones del tipo: esta clase de personas no está lista para esta clase de información.
¿Debe una sociedad permitir la libre circulación de información que ponga en peligro su estabilidad? No me refiero únicamente a que los chinos impidan que Google desmorone los restos de sus cimientos comunistas, sino también por ejemplo a la circulación libros, doctrinas o panfletos que promuevan y ensalcen controvertidos temas como el racismo, la guerra santa, los asesinatos en masa o el canibalismo. La cuestión ya no parece tan clara, ¿verdad? La respuesta sencilla es: sí, deben censurarse aquellos temas que “yo” considero censurables. Ocurre que ese “yo” suele ser normalmente “otro”.
A mi, personalmente, no me gusta que “otro” decida lo que yo puedo o no llegar a saber. Pero, claro, “yo” como individuo tengo más criterio que cuando me uno al “nosotros” de la masa social de la que formo parte. Entonces me vuelvo un poco más bobo, un poco menos tolerante, y un poco más susceptible a la propaganda. Quizás lo que me conviene a “mí” no es lo que más nos conviene a “nosotros”. Ni a “ustedes” cuando se los toma por separado. ¿O sí?