Parece increíble la cantidad de mensajes que cruzan la red. Palabras, palabras y palabras en la mayor comunidad de personas que el mundo ha visto hasta ahora. Foros, blogs, chats y declaraciones que ocurren en tiempo real, o medio real, y luego mueren, o más adelante son retomadas, como sonidos que se lleva el viento pero que alguien es capaz de recuperar.
¿No han pensado que todos ellos son como ecos de conversaciones que permanecerán, quizás, muchos años más que sus autores? No quiero parecer luctuoso, pero ¿han imaginado cuántas entradas actuales en la red pueden pertenecer a personas que no están ya entre nosotros?
Sin duda que los post que hagamos en los blocs durarán algo más que el sonido de una conversación en la calle de un pueblo, y si eso alimenta en algo nuestro narcisismo, podemos pretender que es nuestro legado intemporal a la posteridad. Pero no nos llevemos a engaño, sólo es una ilusión de eternidad. Los ordenadores se renuevan, se pierden pedacitos de información aquí y allá, las redes pueden sufrir cambios tecnológicos radicales en un futuro, e incluso una enorme tormenta solar podría vaciar los bancos de memoria.
Lo queramos o no, un servidor no tiene la robustez de un muro de piedra esculpido en jeroglíficos. Aunque, si el legado de los bloggers va a servir a historiadores y antropólogos, deberíamos preguntarnos por la vigencia de lo que escribimos en la red con afán de permanecer. Quizás mejor que se pierda con el tiempo, ¿no?